Edgar Brau

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Edgar Brau

 

 

Woodstock

 

I
Mira: aquí fue. De insensibles anteriores
fortalecida estaba la hartura:
de los Padres Financistas, cuyo alfabeto
extraído fue de las rosetas de barro
donde consigna su huella el cerdo;
del águila de ojos como antorchas
descendiendo ilícitas sentencias
en rincones desatentos de historia;
de la luz sin arrugas de la bomba;
del día apoyándose cada vez más,
por imperial ecuación, en el bastón de ciego
con que sostiene la noche su orden...

Aquí fue. Aquí estableció su desembocadura
la honra temblorosa de la época,
ya casi inerte su ánimo para ejecutar
la abolición: no más sintaxis de infamia
para segar la espiga colonial; no más atavíos
de pólvora, en la sastrería cuartelera,
aguardando que muden su piel las infancias;
no más bombarderos, no más fósforo inscribiendo,
en el verde techo escamado de las junglas,
sus aliteraciones de infierno;
no más urbes asentando su sombra
sobre la flor y el infinito...

Aquí unió el espíritu en su táctica
anhelo con anhelo y alrededor con alrededor.
Un distinto verano y una distinta luz
halló aquí el alma obediente a los motivos de la hora
—ganancia de nidada cuyo batir de alas le procura
un aire más límpido al amor de los soles.
Sobre la huella despeinada de este prado,
atajaron la distancia del suceso las voluntades,
dicha del presentimiento que no ignora
que el milagro acecha en la sombra del primer paso.
Y presto entonces un nombre se arrancó del mapa
para trabar de las veletas sus danzas de indicación: Woodstock...

II
Woodstock... Habladurías de vida izaron por sobre
lo entreabierto de tu nombre el telón donde perduran,
con trazos de infantil memoria, los aniversarios
legados al tiempo por las muy antiguas alianzas
de la tribu con el jardín primordial.
El canto, por caso, y la música, cofres donde
guardó Dios sus ahorros de holgura.
Y la paz, ese saludo de límite a límite
prometiéndose la rosa.
Y el amor, esa vehemencia de ojo en ojo
en que tiembla el pálpito de los ciclos
por soltarse...

Aquí, y mientras todo alrededor imprimía en los árboles
su instinto más bondadoso el viento,
vasto prorrumpió ese trígono entre mareos idénticos
a los de los giros con que construye el futuro sus umbrales.
Voluntarios apilaron aquí, en cada ángulo,
con voces de incantación, la ceniza de los progresos.
Desde aquí, una niebla purpúrea conos de circo envió
sobre la vastedad sedentaria de las ciudades
demasiado previamente dibujadas:
y sustituida fue allí la fermentación de la máquina
por las piezas de acrobacia
de los sueños del Sueño...

Y la libertad, esto es, el clamor exaltándola en promesa,
erupción de época secreta fue, como cuando
los dioses nombraban. Y la flauta, hermana menor
curvándose en el vaivén de barcos de madera
del abrazo con el que la ubicua pareja afirmaba,
bajo las faldas del lago, un primer futuro de criaturas
con la inclinación que a amar impele...
Irradiadora como la flor que cosechan los vientos,
vació aquí pues la metamorfosis su caldero.
Y con el quebrado reptar del relámpago,
cada puro designio de él surgido a ubicar fue
el uso de su potencia en la mano impaciente de las vísperas...

III
¿Fue aquí?... Inmenso es de pronto el silencio
y oprimido, como el grito de una pared blanca.
En fastidio de sombras el atardecer,
se estanca el velo combado de la hierba
y en lo alto rompe ya el cielo a engendrar
la extensión de sus insignias.
¿Fue aquí?... O más precisamente: ¿fue?... Y dónde,
entonces, la nitidez de lo genuino como impulso
del día en día; la magnificencia incrustando sus títulos
en las galerías grises de la jornada? ¿Dónde
aquellos oficiantes espesando los propagadores vientos
con sentencias en que se concede su honor el espíritu?...

¿Y qué del acorazado aherrojando, a la redonda del mundo,
la azul alabanza del mar; del satélite negando el astro
al ojo; de las acústicas muertas para cualquier risa?
¿Qué de la estatal socavación del fervor que, tras acordarse,
insertar pretende de nuevo un corazón de humanidad
en el espectro bamboleante de los futuros?...
...¡Ah, qué ofuscamiento, propio de una máscara sin aberturas,
en esta interrogación; cuánto desconcierto mensurando
el porcentaje del ángel en los vitrales donde presentan
su crónica estos años! ¡Y qué labor de rastrillo, qué vana
labor de rastrillo para ubicar ante la vista las hojas
y los frutos de unos árboles infinitamente condenados!...

Porque se trata de celebrar, en verdad: la comprobación,
en la conciencia de esta atmósfera, de cuán fácil arcilla
son en realidad los hierros del mundo; el reingreso,
en los grandes carteles vacíos del firmamento,
de la escritura que ofrece al ánimo este augurio:
intacta está la sed, y en las manos, tan intacto, el cosquilleo
de acción de cuando nos confiaron esa vez las cosas,
de cuando nos confió esa vez lo mejor el secreto de sus contornos.
Y mira: he aquí que nos alejamos, he aquí que nuestros pasos
atraviesan ya la huella de aquellos días donde estuvo el empeño.
Anda despacio: humillación recogerá siempre en este suelo
la irreverencia que se pretenda sin memoria.

 

De Woodstock
Naphta & Settembrini
Buenos Aires, 2005

 

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